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Es cierto que los envases de cartón reducen muchísimo el daño medioambiental con el que convivimos a causa del gigante del plástico. La gran diferencia es su rápida descomposición natural (aproximadamente un año, lo que contrasta con los 1.000 que puede llegar a tardar un plástico).
Pero que sea mejor que el mayor de nuestros males no lo convierte en algo perfecto, todo lo contrario, debemos tomar conciencia de este material.
¿Qué hay detrás del papel y cartón?
El origen del papel y cartón no es inocuo puesto que supone acciones como la tala de árboles. Por eso debemos valorar tener al alcance de la mano estos recursos y, sobre todo pensar en las 3R (reducir, reutilizar y reciclar).
Los árboles son nuestros aliados más poderosos frente al calentamiento global, ya que se encargan de la absorción de los gases de efecto invernadero (cuantos menos bosques haya, más tóxico será nuestro aire). Según el informe ‘Frentes de Deforestación: Causas y respuestas en un mundo cambiante’ de WWF, en los últimos cincos años los humanos han acabado con el 15% de la superficie mundial de vegetación, cifra equivalente al total del territorio formado por España, Portugal y Francia.
La solución que proponen las altas esferas es el reciclaje, que, por supuesto, tiene muchos beneficios. Según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico de España, por cada tonelada de papel reciclado se ahorran 4m3 (equivale a unos 12 o 14 en número de árboles), además de un ahorro energético del 70%, la disminución de las emisiones gaseosas en un 74% y un ahorro de agua del 80%.
Sin embargo, este reciclado tiene una doble vertiente, no tan ventajosa, que implica directamente a nuestra salud.
Para crear papel o cartón a partir de elementos reciclados se tiene que volver a hacer la pasta de papel y malearla hasta convertirla en un nuevo producto. En el proceso se extraen las fibras y eliminan los materiales que no sean papel para su posterior centrifugado y lavado de tintas. Es este paso el que supone un riesgo, ya que estas no son siempre vegetales, sino que están hechas a partir de productos químicos. Aunque siempre se intenta eliminar la mayor parte, es prácticamente imposible deshacerse de todos los residuos que dejan los aceites. Si el objetivo de este reciclado era convertirlo de nuevo en embalajes alimenticios, puede que llegue a intoxicar el producto, y, por lo tanto, a nosotros.
Por si fuera poco, uno de sus roles más destacados dentro del mercado es el de los envases y embalajes porque es resistente pero ligero, protege perfectamente los objetos, permite muchas posibilidades de transporte y, sale muy económico. En definitiva, es el embalaje ideal para transportes pesados y una alternativa muy eficiente.
¿Qué debemos hacer entonces?
Aunque reciclar es fundamental, se recomienda también adquirir nuevos hábitos de consumo destinados a la reducción de residuos (e incluso a su eliminación total) o sustitución por materiales compostables.
El camino hacia unos hábitos sostenibles es un proceso posible. No olvidemos que cada vez estamos más concienciados e incluso es tendencia hablar de zero waste, algo que hay empresas que ya han adoptado.
Algunos de los recursos que tenemos más a mano para no generar ningún residuo:
El término ‘compostable’, se refiere a aquellos artículos que se producen a partir de materias primas vegetales, cuya degradación es completamente natural y muy rápida. Por sus propiedades sabemos que cuando se desheche volverá a tener otra vida en forma de compost, y una tercera como ‘hummus’ (abono de compuestos orgánicos) que dará lugar a más plantas óptimas para su conversión en envases.
Materiales alternativos
Uno de los materiales más extendidos es el PLA, polímero compuesto de alimentos ricos en almidón, como es el caso del maíz, la remolacha y el trigo, frecuentemente utilizado como envase alimenticio por su versatilidad (aunque también tiene otros destinos como la industria textil). Eso sí, hay que tener especial cuidado con los blancos y el entintado, debemos asegurarnos de que no hayan utilizado ningún compuesto químico para conseguir el color ni las tintas, que deben ser vegetales para tratarlos como 100% biodegradables.
También podemos destacar su derivado, el CPLA, muy parecido al primero salvo por una serie de añadidos que posibilitan su exposición a temperaturas realmente altas, incluso llegando a los 85 grados.
Otros que se utilizan para crear envases ecológicos, e incluso vajillas, son la caña de azúcar o bagasse, que, por su naturaleza, nos permiten crear objetos aptos para usar en el microondas y el horno sin peligro; o las hojas de palma, prensadas manualmente para la creación de platos (de color madera, la perfecta simulación).
Finalmente, el bambú, material que poco a poco está consiguiendo hacerse un hueco muy importante en el mercado gracias a su versatilidad (la planta de los mil usos). Con él se puede hacer cualquier cosa, tanto alimentos como artículos e incluso papel, de forma artesanal o a gran escala. Es fácil de malear, aguanta temperaturas altísimas (hasta 400 grados) y es gran del medio ambiente.
Una de las mejores maneras de reducir el cartón es intercambiarlo por bambú, mucho más duradero, firme (no se dobla), y con un proceso de recogida infinitamente menos pernicioso: cuando se corta se hace por encima de los 30 centímetros del suelo para que la raíz no se deteriore y puedan volver a nacer más brotes.